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Cervantes nunca hubiese ganado el premio Cervantes 
26/04/2016 - La Voz de Almería

   Los currículums se equivocan. No hablo de las mentiras que todos alguna vez inventamos, sino de su obstinación por recoger nuestros éxitos, del empeño inútil por huir de la muerte. Más bien, deberían recoger nuestros fracasos, coleccionar tentativas, frases no dichas a tiempo o las derrotas que nos marcaron de por vida. Con esto quiero decir que don Quijote sería el candidato perfecto para cualquier empresa dedicada a desfacer agravios y enderezar entuertos. 

   Cervantes también mordió mucho polvo. Lo intentó todo y en casi todo fracasó, al menos en vida: estuvo en la cárcel varias veces, perdió la movilidad de un miembro, fue eclipsado por sus rivales literarios y las mujeres de su familia no gozaron de buena reputación. Como dijo José María Valverde: «Cervantes nunca hubiese ganado el premio Cervantes.» Sin embargo, sólo alguien que haya conocido el cautiverio y la humillación sería capaz de escribir con tanta luminosidad que la libertad «es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos.» 

   Cervantes lo inventó todo, incluso el reality, como vemos en la segunda parte de El Quijote con los capítulos de los duques, quienes montan con la complicidad de sus lacayos una especie de Show de Truman a lo medieval. Don Miguel lo inventó todo por mucho que le pesara a Borges. Ay, Borges, que prefería El Quijote en inglés porque el castellano era indigno para tal genialidad; Borges «el despechado», que vino a apostillar con su remake metaficcional lo que Cervantes ya ideó en alguna celda inmunda de Castilla. 

   Los autores del Siglo de Oro pueden ser atractivos, prueba de ello son los últimos montajes de la compañía Ron Lalá. Este «filón áureo» ya supieron aprovecharlo los políticos ingleses –ahí Borges llevaba razón–, quienes a diferencia de los españoles convirtieron a Shakespeare en el abanderado de la Marca Inglaterra. 

   Leer a los clásicos es bueno para la salud, mejora el cutis y elimina las materias grasas. Y además, sus obras son una cura contra el ridículo, ya que desconocerlas puede llevarnos a creer que podemos, aún hoy, descubrir el Mediterráneo. Eso que ahora llamamos crowdfunding ya existía con Cervantes, como vemos en sus dedicatorias al Duque de Béjar y al Conde de Lemos; el selfie ya lo practicó Velázquez en Las Meninas; y criticar el maltrato de los políticos españoles a la cultura tampoco es algo nuevo. Pero dejemos los ajustes de cuentas intertemporales, porque hoy es día de celebrar que hace 400 años Cervantes y Shakespeare se hicieron inmortales.