Presentación de Manual de uso para mudanzas
por José Luis López Bretones
Aunque nunca se sepa cabalmente qué
le pueda llegar a deparar a un joven poeta su itinerario por el incierto camino
de la creación literaria, que ahora está iniciando, y aunque Julio Béjar ya
había publicado anteriormente algunas plaquettes
que le han valido sendos premios y la oportunidad de verse incluido en la
antología de jóvenes poetas andaluces La
vida por delante (también en Ediciones en Huida), digamos que la
publicación de un primer libro, sin desmerecer en absoluto los pasos ya
andados, es una cosa que va siendo más seria y que establece un compromiso
mayor con nosotros, sus lectores. Con todos los lectores. Julio Béjar nos
ofrece como garantía de ese compromiso un libro que a mi parecer no tiene nada
de primerizo; antes al contrario, muestra de entrada unas características de
madurez lingüística, de aquilatación expresiva, verdaderamente notables y
destacables. Resulta normal que en un primer libro el poeta pueda tener muchas
cosas que contar y quiera hacerlo incluso con ciertas ansias, con cierta
inseguridad, o con alguna voluntad de epatar o de sorprender al lector por
medio de los recursos formales. Pero también es frecuente que ese mismo poeta
no tenga aún muy dominadas las bridas de la palabras; y puede, por tanto, no
llegar a saber decir todo aquello que
quiere efectivamente decir y contar. Pues bien, no es este el caso de Julio
Béjar. Como digo, llama la atención de entrada la sabia contención expresiva de
sus poemas, incluso la austeridad lingüística de sus versos en algunos casos.
Sin embargo, en sus manos esa herramienta de uso que es la palabra se halla
absolutamente cargada de tensión expresiva, de significaciones, llegando, según
quiere la máxima de Mies van der Rohe, a conseguir más con menos. O dicho de
otro modo: Julio Béjar consigue ajustarse a aquella definición clásica de la
poesía según la cual se trataría de conseguir alcanzar el punto máximo de
tensión expresiva al que se puede llevar el idioma empleando para ello los
menores recursos lingüísticos. Y sorprende, como digo, que lo logre ya desde su
primer libro.
Un libro que incluye la palabra mudanza en su título y en cuyas solapas
se nos informa de que su autor ha cambiado de casa siete veces en cinco años:
es decir, los años de escritura de estos poemas, del 2008 al 2013. El título,
por tanto, parece bastante pertinente. Pero también, como señala acertadamente
su prologuista, Ana Martín Puigpelat, la palabra mudanza se define igualmente en el diccionario como un cambio de
naturaleza o de estado; o sea, convertirse en alguien diferente al que
anteriormente se era. Y aunque en efecto en este libro aparecen los viajes, los
desplazamientos y las mudanzas en sentido estricto, hay sobre todo una
expedición fundamental hacia el interior de sí mismo; hay un evidente trabajo
de exploración íntima, de introspección. Y ese volverse hacia sí mismo lleva a
Julio Béjar, de manera paradójica, a emprender una labor de muda, una labor de mudanza, en el sentido de dejar de ser en parte uno mismo para
hallarse o reconocerse en diferentes elementos que pueden ser enumerados a
grandes rasgos del siguiente modo: en primer lugar, existe un impulso por
reconocerse en el camino, en el mismo viaje, en las ciudades por las que
transita; después, en las huellas del otro,
de los otros, de quienes le han
precedido en los lugares por los que va pasando; y una evidente intención de reconocerse
también en esa modalidad extrema de la otredad
que es la relación erótica con la persona amada: el hecho de confundirse,
de mezclarse con ella hasta diluir los límites propios. Y por último, una
vocación por tratar de hallarse y de reconocerse a partir de sus propios
orígenes familiares: no en vano, el libro está dedicado a su madre ("el
primer hogar") y hay, aquí y allá, referencias al padre o al hermano que
nunca conoció.
De cada una de estas posibles vías
en esa labor de mudanza que emprende
Julio Béjar en su libro hallamos abundantes ejemplos. Ya hemos comentado que
aparecen efectivamente en sus páginas viajes, casas y ciudades (Almería,
Marsella, Nápoles, Venecia, Lyon); que hay referencias a las huellas que van
dejando quienes le precedieron en los mismos sitios que él va sucesivamente
habitando, subrayando así el aspecto de interinidad, de pura eventualidad, que
tiene la vida ("Las palabras y la vida me están prestadas. / Las huellas
serán suficiente equipaje"); y hay, además, toda una sección del libro -la
titulada "Mantener lejos del alcance de los niños"- dedicada a
relatar los aspectos morales y cotidianos la relación amorosa. Todas estas
vías, pues, le sirven a Julio Béjar para realizar ese ejercicio de
introspección que he señalado y que pasa, para él, por -llamémosle así- "autovaciarse",
dejar de ser quien era antes para rastrear lo que del otro hay en sí mismo ("hago de la otredad mi oficio",
leemos en el poema "Currículum Vítae"). Y esa tarea le conduce a un
par de conclusiones que me parecen las claves de este libro: por un lado,
reconocerse como "legítimo dueño de la intemperie" (poema
"Desahucio"), proclamarse como un alguien "desarraigado",
ontológicamente "despojado" (véanse los poemas "Consigna" y
"Orilla", por ejemplo), y con él toda la especie humana; pero, por
otro lado -y esta es la segunda clave-, Julio Béjar semeja haber encontrado un
lugar seguro bajo el que guarecer ese desarraigo, ese despojamiento, ese estado
de eterna mudanza en que consiste la vida de un hombre: y ese lugar de
resguardo no es otro que el lenguaje, las palabras. Léase, en este punto, el
breve poema titulado "Casa": "Palabras, / lo mío son sólo
palabras, / suficiente para construir en ellas / mi casa". Resuena en este
poema el famoso aserto de Heidegger cuando afirmó que "el lenguaje es la
casa del ser y la morada de la esencia del hombre." Por tanto, los poemas
de Julio Béjar parecen decirnos que el hombre es un ser radicalmente infirme,
su existencia es meramente azarosa, mudable, cambiante; pero si el hombre posee
alguna esencia, alguna entidad, esa esencia reside efectivamente en las
palabras.
Todo esto que,
expresado así, parece tan serio y tan académicamente filosófico, está contado
por Julio Béjar con un tono por el que sobrevuela siempre la ironía, la
paradoja chispeante e incluso el humor, mezclando en alguna ocasión mito y
contemporaneidad a la manera posmoderna (véase el poema "El principio del
fuego"), o simplemente introduciendo elementos de lo que llamaríamos de la
cultura pop: las guías de Lonely
Planet, Ikea, referencias televisivas, etc.. Y estos otros recursos, sobre los
que no quiero extenderme ahora, vienen a sumarse a todos los afortunados
valores de un libro que los tiene en abundancia y que los lectores, sin duda,
sabrán reconocer y aumentar.
José Luis López Bretones
Almería, 13 de noviembre de 2013